Santuarios para erigir la memoria
Periódico Correo/ 03 julio 2023. El recuerdo de un ausente se materializa en el mundo transitado de lo cotidiano, en el pasado: en memoriales. La vida, antes ordinaria, ahora es incertidumbre por el destino plagado de tantas posibilidades funestas.
David Bermúdez, miembro de Aluna, asociación civil de acompañamiento psicosocial, afirma que con estos espacios
“se trata de aludir a la presencia en las calles, en las ciudades; las ausencias que son un grito comunal de las familiares de un desaparecido. Una denuncia sublimada por el pariente de alguien que no está. Es un registro de las diferentes etapas de convivir con el paso del tiempo”.
La Plaza de los Desaparecidos es una herida abierta en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. No apela a la memoria pasada, sino al reclamo presente como un grito silencioso, íntimo. Es el espacio que se percibe, pero que la burocracia neolonesa no voltea a ver. Sin embargo ahí está: rostros y nombres sostienen el lugar a la mirada de todos, del gobierno y de los frágiles ciudadanos ante los asaltos al destino.
El 11 de enero de 2014, Fuerzas Unidas Por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León (FUNDENL), con experiencia en la búsqueda y un mismo sentimiento de clamar a los muros del Gobierno investigar sin eco, fundaron la Plaza de los Desaparecidos para que cada vistazo que dé un funcionario público le recuerde la deuda que tienen hasta hoy. Ese año, el registro fue de 2 mil 315 ciudadanos sin paradero, para abril de 2023 la cifra asciende a 6 mil 510 en el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO).
Sobre los declives de cemento de lo que era una fuente, los rostros pintados en fondos de colores se observan desde cualquier punto cercano. En el centro, los nombres de los ausentes están grabados en cristal, porque son parte de la vista en la ciudad: su carne y hueso en vida, arrebatados. Hay una pequeña barandilla enfundada con fichas de búsqueda. Por debajo, a la vista, hay una cruz y la cifra del cisma de la estadística de quienes no están: +100 mil desaparecidos.
“No podemos dejar de nombrarlos. Porque lo que no se nombra no existe”, asegura Leticia Hidalgo, madre de Roy, sin paradero desde 2011. Por eso se resignifica el espacio público, para concentrar el reclamo de los familiares y que permanezca anclado al tiempo su imagen.
“Que siempre los ojos de los desaparecidos los estén viendo, que los sigan a donde vayan, y los llantos de sus madres nunca los dejen dormir”, sentencia Leticia.
La activista Leticia menciona que La Plaza de los Desaparecidos no es el único lugar resignificado para devolver la mirada a quienes no están. Sobre la calle Juan Ignacio Ramón, en 2019, varias organizaciones civiles erigieron otro monumento para visibilizar a mujeres desaparecidas y víctimas de feminicidio. E in situ, donde se vio por última vez a Brenda Damaris González Solís, en 2020, se levantó una efigie para hacerla presente.
En Hidalgo, un municipio rural a 40 kilómetros al norte de Monterrey, tras dos años de investigación, los buscadores dieron con un sitio de exterminio conocido como “El tubo” entre huizaches y gobernadoras. En la pendiente de un cerro, hallaron los primeros restos, a 216 metros, en una perforación para extracción de agua, y con prendas y credenciales constataron que había más restos. Alcanzaron hasta los 843 metros para rescatar al último, relata la señora Leticia Hidalgo. En “El tubo” se encontraron 10 mil restos humanos y se obtuvieron 17 perfiles genéticos de diez seres humanos reconocidos. Todavía resta por confirmar al menos cinco más.
Tardaron 155 días en el hallazgo, entre los cambios de estación, lluvia, sol, ventarrones, polvo, narra la madre de Roy. Antes de sellar “El tubo”, flores lanzadas por el ducto dieron color y vida a esa oscuridad. Una placa de cemento impide que sea utilizado de nuevo por delincuentes.
“Convertirlo de un lugar malo, o maldito, a veces dicen: en un lugar sagrado. Toda la maldad la cambiamos por todo el amor que se desbordó ahí”, rememora Leticia.
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