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Estigma y acompañamiento psicosocial a víctimas indirectas de desaparición



La desaparición, un fenómeno atribuible a causas geopolíticas que cada vez son más frecuentes en México, representa una catástrofe social. Una disociación intensa y permanente de la relación entre un hecho y su representación, lo que da como resultado un proceso de normalización de lo anómico, una ruptura de los consensos normativos y una vida social que se instala sobre dicha ruptura. Ciertamente, la desaparición de una persona representa un quiebre en muchos sentidos, constituye la interrupción de la vida (al menos tal y como se había vivido hasta el día de la desaparición), tanto para la víctima directa, como para sus familiares y seres queridos. También constituye la pérdida de la tranquilidad, de la paz y de la confianza en los otros: la comunidad, las instituciones, el Estado. Pero especialmente, la fractura de un proyecto no solo individual, sino colectivo, cultural y social; un proyecto de civilización.


Las afectaciones estarán mediadas por la gestión individual y familiar, así como por la capacidad de respuesta de las instituciones encargadas de brindar atención a las víctimas. En este sentido, el acompañamiento psicosocial representa un primer y esencial momento de validación, contención y dignificación, encaminado a devolver a las personas su capacidad de agencia en un momento de profundo malestar.


La organización Aluna, dedicada a fortalecer a organizaciones y personas en contextos de violencia sociopolítica para que desarrollen formas de afrontamiento, defensa de los derechos humanos y transformación social, recomienda analizar el contexto particular de la desaparición, la peculiaridad de la vivencia (el significado o sentido atribuido a la desaparición), la singularidad de la víctima indirecta y su rol en la familia (una madre, un hijo o un hermano pueden vivir la desaparición de su familiar de manera muy distinta y responder a ella de forma diferente). También sugiere que quienes den acompañamiento sean selectivos con las técnicas empleadas, cuidando en todo momento que no resulten intrusivas o incómodas para las víctimas, establecer encuadres claros y actividades específicas con miras a brindar una sensación de seguridad, actuar con ética reconociendo las limitaciones personales y profesionales (el autocuidado forma parte de la dimensión ética del acompañamiento psicosocial), respetar las decisiones de los familiares (con respecto a la denuncia y la búsqueda, por ejemplo), y finalmente, actuar con respeto durante todo el proceso de acompañamiento, evitando emitir juicios de valor sobre las víctimas y sus circunstancias.



Fragmento del artículo Estigma y acompañamiento psicosocial a víctimas indirectas de desaparición, de Anel Hortensia Gómez San Luis, publicado en el medio digital Desinformémonos.

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